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agosto 19, 2024En la vida, el cambio es la única constante, una verdad que, aunque ampliamente reconocida, a menudo nos enfrenta a una resistencia profunda e instintiva.
En mi experiencia como psicóloga dedicada al bienestar de la mujer y el autocuidado, veo repetidamente cómo esta resistencia al cambio se convierte en una barrera no solo para el crecimiento personal, sino para la misma experiencia de vivir plenamente. Resistirse al cambio, en esencia, es resistirse a la vida, a la fluidez de la existencia, y a todo lo que trae consigo el ciclo natural de transformación.
Entiendo las dificultades que puede presentar aceptar y adaptarnos al cambio, porque este nos confronta con lo desconocido, con la posibilidad de dejar atrás lo familiar, por más incómodo o doloroso que pueda ser. Nos aferramos a lo que conocemos porque nos da una sensación de control, una ilusión de seguridad.
Lo que deseo que entiendas es que esta resistencia es una forma de negarnos a vivir la vida en su totalidad. Es una defensa que levantamos para protegernos de la incertidumbre, pero que, al hacerlo, nos priva de la oportunidad de experimentar la vida en toda su riqueza y diversidad.
Cuando nos resistimos al cambio, también nos resistimos al crecimiento. Nos cerramos a las oportunidades que la vida nos presenta para aprender, para evolucionar y para conectarnos de manera más auténtica con nosotras mismas y con los demás. El miedo al cambio, muchas veces, está arraigado en creencias limitantes que nos dicen que no somos capaces de manejar lo nuevo, que no estamos preparadas o que el riesgo es demasiado grande. Estas creencias nos anclan en el pasado, en una versión de nosotras mismas que ya no nos sirve, que ya no refleja quiénes somos o quiénes podemos llegar a ser.
Aceptar el cambio es aceptar la vida con todas sus incertidumbres, sorpresas y desafíos. Es abrirnos a la posibilidad de que, a través del cambio, podemos descubrir nuevas facetas de nuestra identidad, explorar nuevas formas de ser y estar en el mundo. Al resistirnos, nos quedamos atrapadas en un ciclo estéril, en un lugar donde la vida pierde su vitalidad, su color y su sentido de propósito. Vivimos entonces en un estado de estancamiento, de repetición, donde cada día se siente igual al anterior, y donde nuestras aspiraciones y sueños quedan relegados a un segundo plano, a una espera interminable que nunca se materializa.
Soltar la resistencia y abrazar el cambio
El proceso de cambio puede ser incómodo, incluso doloroso, porque implica una confrontación con lo que somos y con lo que hemos sido.
Es un proceso que nos invita a soltar, a dejar ir viejas identidades, patrones y relaciones que ya no nos sirven. En este soltar, hay una liberación, una oportunidad para crear espacio para lo nuevo, para lo que realmente resuena con nuestra verdad más profunda. El cambio nos desafía a ser valientes, a confiar en nosotras mismas y en la vida, a creer que, sin importar lo que venga, tenemos la capacidad de adaptarnos, de crecer y de encontrar un nuevo equilibrio.
Como terapeuta, veo el cambio como un elemento esencial en el camino del autocuidado y el bienestar. Es en la aceptación del cambio donde encontramos el poder de transformar nuestras vidas, de sanar viejas heridas y de construir una vida que refleje nuestras verdaderas aspiraciones.
El cambio también nos invita a cuestionar los estereotipos y las expectativas que la sociedad ha impuesto sobre nosotras. Como mujeres, a menudo nos enfrentamos a presiones para conformarnos a ciertos roles y comportamientos que no siempre reflejan nuestra auténtica esencia. Resistirnos al cambio puede significar aferrarnos a estas expectativas externas, en lugar de seguir nuestro propio camino. Es solo a través de la aceptación del cambio que podemos liberarnos de estas restricciones, y empezar a vivir de acuerdo con nuestra propia verdad y no la de los otros.
En este sentido, el cambio se convierte en un acto de autocuidado radical, una forma de honrar nuestra evolución y de afirmarnos como las creadoras de nuestras propias vidas. Es una invitación a abrazar la incertidumbre con curiosidad, a ver cada desafío como una oportunidad para aprender y crecer. Es en este espacio de apertura y aceptación donde podemos realmente empezar a vivir, a experimentar la vida en toda su plenitud, sin las limitaciones que la resistencia impone.
Con el paso de los años he visto como el tarot y la arteterapia ayudan a las personas a navegar el cambio de manera más consciente y empoderada. El tarot, con su simbología rica y profunda, nos ofrece una visión más amplia de nuestras vidas, nos ayuda a ver el cambio como parte de un ciclo natural, y no como una interrupción en nuestro camino. La arteterapia, por su parte, nos permite expresar y procesar las emociones que el cambio trae consigo, creando un espacio seguro para explorar nuestras resistencias y transformarlas en algo positivo y constructivo.
Con estas y otras herramientas en terapia puedo acompañarte a vencer tus miedos, a librarte de las ataduras que te llevan a resistirte, a abrazar el cambio y alcanzar la plenitud de tus sentimientos, demostrando tu poder interior.
Aceptar el cambio no significa que no sintamos miedo o incertidumbre, sino que estamos dispuestas a seguir adelante a pesar de esos sentimientos. Es reconocer que la vida está en constante movimiento, y que nuestra resistencia solo nos aleja de la plenitud que estamos destinadas a experimentar. El cambio, entonces, se convierte en una danza con la vida, en un flujo constante que nos lleva a nuevos territorios, a nuevas comprensiones y, en última instancia, a una versión más auténtica y empoderada de nosotras mismas.
Es cuando dejamos de luchar contra el cambio y lo abrazamos como parte de nuestra jornada, que podemos empezar a vivir con autenticidad, con propósito, y con la certeza de que cada cambio nos acerca más a la realización de nuestro potencial más alto.
Eres capaz de cambiar, mereces vivir plenamente, conectada con tu verdadero ser y alcanzar tus metas. Déjame acompañarte en tu viaje hacia el autoconocimiento para abrazar el cambio sin miedos.
Con cariño,
Claudia Girón